Luchemos contra el matrimonio infantil en República Dominicana. Pocas personas están conscientes que el código civil permite el matrimonio infantil en República Dominicana. Este reza que la edad mínima para contraer matrimonio es de 18 años para los hombres y 15 para las mujeres.

A seguidas establece que los menores de 18 años no podrán contraer matrimonio salvo con el consentimiento de los padres; que el hombre, antes de los 16 años cumplidos y la mujer antes de cumplir los 15 años, no pueden contraer matrimonio precisando, sin embargo, que el juez de Primera Instancia puede, por razones atendibles, conceder la dispensa de edad.

Con este marco jurídico ¡el seductor de menor logra la impunidad legal cuando contrae matrimonio con su víctima!

Un movimiento se ha puesto en marcha para ponerle término al matrimonio infantil en República Dominicana.

 

Una petición y un video realizado por Save the Children Dominicana en ocasión del Día de la Mujer solicitan firmas a la ciudadanía para iniciar una campaña para modificar el código civil y erradicar el matrimonio infantil en República Dominicana.

Tanto el video como la petición han suscitado revuelo de parte de personas que desconocían esta legislación. No obstante, cambiar la ley es solo el primer eslabón de un “reseteo” de mentalidades.

Lo que necesitamos es cambiar de visión hacia la mujer y la adolescente, abandonar una secular visión machista y patriarcal que aplasta nuestra sociedad y que repunta en cada ocasión o brecha.

Es tiempo de acabar con la tolerancia generalizada frente a las uniones de hombres adultos y adolescentes, a la venta de adolescentes a cambio de bondades para las familias, a la explotación sexual comercial de las niñas y a la ceguera social.

Llegó el momento de entender lo que está pasando en la acera de en frente, donde se aglomera la población más vulnerable de la sociedad; ver lo que sucede a diario con la hija de la trabajadora doméstica, o con la hermana del guachimán, o con la esposa del chofer, y con tantas otras que apenas despiertan a la pubertad.

Estamos ante una responsabilidad de todos y todas que no podemos eludir bajo falsos pretextos, sintiéndonos ajenos a lo que consideramos con cierto desprecio una forma de “cultura popular”.

Si bien se analizan las cosas, nos damos cuenta que muchas veces respondemos a una cierta forma de prejuicio cuando aceptamos determinadas prácticas sociales como un hecho neutro que formaría parte de la “cultura de la pobreza y la miseria” en la cual se encuentra sumergido un gran porcentaje de la población, trátese de “vulnerables” o de personas supuestamente sacadas de la pobreza.

Revertir determinados aspectos de esta “cultura de la pobreza” debería ser prioridad e interés de la minoría acomodada de nuestro país. Es tomando conciencia y exigiendo educación de calidad para todos, educación sexual y laica, empoderamiento de las niñas y adolescentes y un desarrollo sostenible que podremos romper el sistema machista y patriarcal que domina nuestro país y mejorar la seguridad ciudadana que tanto anhelamos.  

Retomé algunos ejemplos de mis artículos anteriores y de prácticas cotidianas para demostrar la invisibilidad de situaciones que no suceden en Afganistán o en Burundi, sino muy cerca de la transitada avenida Máximo Gómez.

Miladys…  15 años: tiene novio. El pretendiente no es del agrado del padre porque tiene 30 años y muchas “horas de vuelo”. A la madre le encanta. Para lograr su cometido ha empezado poco a poco a pasar un dinerito a la madre para tener relaciones bendecidas con la adolescente. Miladys espera un bebé, ya dejó el liceo que nunca la interesó y pronto se va a mudar en una pieza donde el príncipe azul la va a instalar y donde asumirá una maternidad a destiempo sin opción de futuro.

María… no tuvo niñez y no tuvo juventud. Repitió los patrones adquiridos y siguió la tradición familiar de embarazos precoces. Un buen día, pasó de tía a madre con 14 añitos mal portados. Chequeos de embarazo no hizo; sin embargo, Dios provee y con su cuerpo de niñita, dio a luz a una preciosa y sana muñequita que procreó con otro menor. Como los estudios no eran su fuerte, los abandonó casi con alegría…

Disleicy… tenía relaciones por internet con un italiano que le mandaba dinero contra sexo virtual; la iba a sacar de su condición, pero puso fin a la relación. Con la frustración de no conseguir su visa para un sueño, María tuvo una iluminación y “mangueó” su hija de 14 años con su vecino de 50 años, residente en los Estados Unidos, para que se lleve la niña, viva con ella allá, para que cuando la hija tenga residencia “pida” a su madre.

Nina P. es hija de padres haitianos y vive cerca del Mercado Nuevo. Tiene 13 años y está esperando su segundo hijo de su pareja dominicana de 53 años. El “Don”, como ella lo llama, tiene un pequeño colmado y provee toda la numerosa familia de Nina. Viven con el bebé en una cuartería con un colchón, una estufa, trastes de cocina y un televisor plasma. Para la madre, Nina está “segura y bien cuidada, no le falta techo”.

Lucy… doce años de edad real, seis y cuidado si menos de edad mental, un cuerpo y unas hormonas de veinteañera. Un colmadero de 36 de fama sombría con quien ella coqueteaba, se la llevó para Santiago Rodríguez. Cuando regresaron, al mes de la luna de miel, y a duras penas, la madre por presiones externas puso una querella. Lograron trancar al abusador, pero en la fiscalía el padre declaró que el hombre era bueno para su hija y lo liberaron…

Estos son solo algunos ejemplos de matrimonio infantil en República Dominicana entre miles que ponen al desnudo la situación de muchas de nuestras niñas y adolescentes abandonadas a su suerte, libradas a sus verdugos, obligadas a cumplir un rol de mujeres que no están en capacidad de asumir, a quienes le han robado la niñez en detrimento de todos sus derechos, libradas a una sociedad desigual que aun no se ha demostrado capaz de defender a su niñez.