Miles de niños, niñas y adolescentes han visto su suerte empeorar drásticamente durante la pandemia y para satisfacer sus necesidades más básicas han caído en la prostitución ocasional o permanente

Natalia…18 años. Es una de las numerosas e invisibles víctimas de la miseria y de la falta de protección que impera en nuestro país. Una joven cuya vida se desarrollaba en equilibrio precario y que se descarriló por completo durante la pandemia.

La morada de Natalia consta de dos piececitas desprovistas de casi todos los enseres necesarios para que el lugar se pueda llamar un hogar. Convive con una madre que hace lavados y trabajos domésticos en Villas Agrícolas y un padre que maltrata a su esposa y a quien lleva más de 20 años.

Es uno de estos padres presente y sin embargo ausente, que solo sabe manifestar el desprecio evidente que tiene por las mujeres de su casa. Vende empanadas en la acera y solo entrega 100 pesos diarios a su esposa para las tres comidas.

De niña, Nati era flaquita y obediente. A pesar de las carencias alimenticias y emocionales, sacaba notas muy satisfactorias en el Cescar, una buena escuela de la zona norte. Adolescente, asistía a su iglesia y era voluntaria en una ONG. Cursó casi todas las formaciones técnico profesionales ofrecidas por el INFOTEP en la Fundación Abriendo Camino. Soñaba con  ir a la universidad.

Surgió la pandemia dándoles un golpe brutal a todos los trabajadores informales y chiriperos que forman legión en nuestros sectores vulnerables. De un día para otro se encontraron sin trabajo y sin derecho a programas gubernamentales de asistencia. El ambiente y el régimen alimentario de la familia se fue deteriorando aún más… a duras penas se mal comía una vez al día.

El hambre y la depresión asociados al encierro se adueñaron de la existencia de Nati que empezó a obsesionarse con la comida hasta que decidió salir a la calle a buscar el peso.

No tuvo que ir muy lejos. Todo el mundo sabe donde están las esquinas calientes donde se paran las adolescentes. Como tantas otras, vendió su virginidad por 300 pesos a un “tigre” que se percató de la debilidad de la chica y de sus necesidades más inmediatas; nada es más fácil que manipular a estas victimas potenciales y hacerlas caer en una dependencia emocional.

El chulo, cuando quiere favores sexuales o que se haga un “servicio” a un cliente, llama a la joven que controla, enamora a “su reina” con palabras bonitas que esta nunca había oído antes, la busca a una esquina de su casa y luego de usarla, la vende, la hace sentir “inservible y sucia” diciéndole todas las groserías imaginables hasta hacerla estallar. Luego le susurra que él la quiere pero que tiene que “castigarla por su mal genio”, reproduciendo la relación de abusos que vive su propia madre.

Un buen día la joven, despreciada y pisoteada, hizo una crisis nerviosa al regresar a casa de madrugada, rompiendo los pocos enseres del hogar y dándose violentos golpes en la cabeza. El 911 la llevó al psiquiátrico amarrada. Le diagnosticaron un trastorno mental ligado a una fuerte anemia y desnutrición acompañado de una depresión profunda.

Nati necesita ayuda psiquiátrica y psicológica para superar sus traumas y poder despegarse de su verdugo. En nuestra sociedad la legitimación de la violencia en la familia y en las relaciones de pareja, así como la negación constante de derechos, dificulta la toma de decisiones y la capacidad de entender si una relación es sana o no.

Por eso la importancia de redes de apoyo que provean a las víctimas herramientas que les permitan protegerse, entender lo dañino de las relaciones que sufren y, eventualmente, reencarrilar su vida.

Si bien hace dos meses se lanzó desde el gobierno la Política de Protección y Atención a las Uniones Tempranas y Embarazos en Adolescentes cuyos resultados pueden demorar según la misma información, el sistema nacional de protección  vigente creado a partir de la Ley 136-03 está llamado -por obligación- a proteger, atender y restituir los derechos de niños, niñas y adolescentes.

Para ello, las acciones deben ser inmediatas y constantes, más aún con el impacto de la COVID-19 en las economías familiares más precarias y, por tanto, con el aumento de los riesgos de violencia hacia la niñez y adolescencia.

Miles de niños, niñas y adolescentes han visto su suerte empeorar drásticamente durante la pandemia y para satisfacer sus necesidades más básicas han caído en la prostitución ocasional o permanente, ofreciendo todo tipo de servicios sexuales.

Es deber del Estado proteger la niñez en todas las circunstancias, por lo que se debe arreciar sin más demora la lucha contra la trata  de niños, niñas y adolescentes.

Por el momento Nati consiguió de manos amigas un trabajo a medio tiempo en un preescolar del sector, donde gana 5000 pesos mensuales. Eso le permite sufragar parte de las medicinas que le recetaron. Por otro lado reiniciará su trabajo voluntario y asiste a una consulta psicológica una vez por semana.

La vida golpea a personas que pueden aparentar haber superado muchos escollos: de estudiante meritoria, voluntaria estelar, una joven llena de sueños y esperanzas, terminó vendiendo favores sexuales al mejor postor sencillamente por sufrir hambre